Según un informe de inteligencia militar, tres de cada diez nuevos reclutas son del vecino país. La situación económica es un factor que los atrae a los GAO
“Creí que trabajando para ellos podría ayudar a mi familia, estamos pasando mucha necesidad”. Esa fue la respuesta que recibió un docente por parte de una de sus estudiantes, una adolescente indígena de la etnia sikuani que se marchó con una de las guerrillas colombianas que han coexistido en su territorio por años.
Según el medio de comunicación venezolano Armando.info, la joven que dio esa respuesta fue rescatada por su propia madre, quien se animó a encarar a los guerrilleros para que le devolvieran a su hija. Sin embargo, son muchas las necesidades de las comunidades que habitan la frontera y son pocos los casos de los jóvenes que, tras irse, regresan a casa.
La necesidad a la que se refería la muchacha no es despreciable: según una encuesta de la Red de Defensores Indígenas, el 27 % de los pertenecientes a esa comunidad presentan algún nivel de desnutrición. En una tierra como la Orinoquía los recursos son abundantes, pero los grupos armados organizados no les permiten a las comunidades ejercer sus prácticas de caza y pesca tradicional.
Entonces, quienes habitan en estos pequeños poblados fronterizos tienen opciones limitadas para subsistir: esperar dos meses a que llegue la modesta caja enviada por el Comité Local de Abastecimiento y Producción (CLAP), involucrarse en el negocio del contrabando de gasolina y alimentos, migrar a Colombia o unirse a las filas de los grupos armados organizados.
La última opción es elegida con más frecuencia de lo que dictaría el sentido común. Según un informe de inteligencia militar que fue obtenido por el informativo nacional Noticias RCN, tres de cada diez integrantes en estas organizaciones armadas son de nacionalidad venezolana.
Desde 2018 hay reportes de estos ingresos, pero actualmente se registran unos 950 venezolanos en el Ejército de Liberación Nacional (ELN), 580 en las disidencias de las FARC y 600 en el Clan del Golfo.
Muchos de los nuevos reclutas no tienen experiencia militar; de hecho, parte de su vulnerabilidad radica en que no están capacitados para el trabajo —entre otras cosas, porque muchos de ellos siguen en edad escolar—. Por eso, los grupos armados organizados se encargan de entrenarlos en explosivos, técnicas de combate y manejo de armas.
¿Cómo los reclutan?
En Colombia, es tristemente común que los grupos armados organizados invadan las casas o las escuelas de los menores para raptarlos y unirlos a sus filas. Las personas a su cargo son intimidadas con armas y amenazas hasta que no tienen más remedio que dejarlos ir. En 2021, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar atendió 121 casos de menores reclutados que recuperaron sus derechos.
En Venezuela, la dinámica de reclutamiento es diferente. Las organizaciones criminales no necesitan ejercer ninguna presión sobre los jóvenes venezolanos para que accedan a que se incorporen a su estructura.
En primer lugar, los integrantes de estos grupos armados no necesitan esconderse mientras están en territorio venezolano: viven entre las comunidades de los municipios de frontera. De hecho, miembros de la comunidad sikuani del ejemplo del principio aseguraron que, durante muchos años, los reclutas fueron confundidos con miembros de la Guardia Nacional Bolivariana y se les rendía el mismo respeto. Los insurgentes se hicieron amigos de los varones y embarazaron a sus mujeres.
Por otro lado, una vida tediosa, sin mayores proyecciones y muchas necesidades, borra los límites entre el bien y el mal en un grupo de jóvenes inexpertos. Los reclutadores solo necesitan hablar de dinero y aventuras para unir a los jóvenes en sus filas.
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