¿Quién no recuerda con nostalgia estos días de la niñez en los que se apoderaba de la muchachada del barrio el frenesí de volar chichiguas? Inicialmente nos ocupábamos en la búsqueda de insumos para la fabricación: hilo, pendones, almidón, y papeles multicolores. Era una labor artesanal delicada, pues cada uno quería hacer la más hermosa de todas. Algunos imbuidos con un incipiente espíritu patriótico hacían las suyas imitando la bandera nacional. Todas verdaderas obras de arte de diversos y alegres colores. Las chichiguas de mi infancia semejaban vistosos gametos masculinos que fecundaban nuestras fantasías infantiles.
Creo que casi todos sabíamos cómo construir estos diversos y mágicos objetos voladores que engalanaban los cielos cuaresmales. Y digo diversos porque no solo eran chichiguas comunes. Algunos más experimentados construían los especiales cajones, verdaderas joyas de la arquitectura artesanal. Sus geométricas formas y colores brillantes, hacían de los cajones la envidia de muchos. Eran los reyes de la temporada. Un detalle particular era que no precisaban colas, indispensable en las chichiguas comunes que evitaba que a estas les diera la temida culebrilla. Ese desesperante giro en círculos sobre si mismas que generalmente acababa con el vuelo y la chichigua.
También se construían picos bohíos, estrellas, y arañas, estas últimas eran chichiguas que como los cajones no necesitaban colas. Estas rarezas con sus múltiples tamboras ronroneaban como abejones para deleite de todos y orgullo de su propietario. La tambora era ese trozo de papel ovalado que embadurnado de almidón, era doblado sobre sí mismo. Era indispensable en la parte más alta de nuestra maravilla voladora, pues este minúsculo accesorio al secarse hacia que nuestra chichigua también tuviera sonido ¿Y cómo olvidar el modesto capuchín? A este nervioso volador lo construíamos completo, cuerpo y cola, arrancando una hoja del cuaderno, sin pretender indulgencia de los padres. Y luego, la agonía para encampanar nuestra obra.
El éxtasis de verla serenita en lo más elevado de azul cielo, cual mariposas gigantes que nos saludaban desde el infinito. Hacer que el compinche a nuestro lado comprobara la fuerza de nuestra chichigua era todo un orgullo. Solo nos cuidábamos de los ocasionales golpes de brisas, que zarandeaban nuestro tesoro volador en descontroladas piruetas. Se ponía a prueba nuestras destrezas al pilotear nuestra chichigua.
¿Y quién no recuerda el derroche de adrenalina cuando tras el grito “¡En Banda!, salíamos despavorido, buscando atrapar esa que se había escapado a su dueño? En muchas ocasiones esto generaba altercados, pues era ley que quien la cogiera primero era el nuevo dueño. Pero sucedía que también los dueños originales, generalmente de chichiguas muy elaboradas, grandes y vistosas, salían en persecución de sus tesoros. Localizado el que se creía ya nuevo propietario exigían su devolución. En estos casos generalmente debía mediar una persona adulta. Dependiendo de la posición de este podía darse una reyerta mayor, o simplemente el preciado objeto era devuelto. Ni que decir de la frustración del despojado que sufría la injusticia de una ley infringida, por una autoridad adulta que nada sabía de códigos infantiles de voladores de chichiguas.
Recuerdo también otra hermosa etapa en la que, ya adultos, también volábamos chichiguas. Los encuentros familiares que convocaba Casa Abierta para la práctica de “Juegos Cooperativos”. Una experiencia de juegos no competitivos en los que la clave es la cooperación y los logros no son individuales. Una práctica enfocada siempre en promover la diversión sana y la integración familiar y comunitaria .Allí nos dábamos citas con los más pequeños, y con la excusa de ayudarles, nos escapábamos de nuevo a nuestra niñez.
En estos tiempos en los que un virus en forma de corona nos ha recluido en los hogares, justo en la época del vuelo de la chichigua, las veo de nuevo en vuelo. Veo el cielo con una impresionante cantidad de chichiguas. Veo a muchos niños, algunas niñas también aparecen. Veo adultos con las mismas excusas de antaño. Ahora también con una necesidad de encontrar alguna distracción. Los veo volando sus chichiguas en casi todos los techos a mí alrededor.
Pero…, algo ha cambiado. No veo la alegría de otros tiempos. Veo con alta frecuencia muchas chichiguas en banda. No es un hecho fortuito o aislado. No es fruto de un hilo de mala calidad. No se trata de algún desperfecto en la construcción. No. Hoy las chichiguas no son para el deleite. Son para frenéticos combates aéreos. Antes la cola, como en el gameto masculino indispensable para la vida, daba majestuosidad. Hoy centellean en ellas las navajas, muchas en cada cola. No están allí como adornos. Son armas letales dispuestas para derribar a todas las que sean posible. Son la materialización de un feroz individualismo: el espacio solo para mí.
Veo que las chichiguas de hoy son feas en su mayoría. Casi todas parecen de luto. Construidas con papel de fundas negras o blancas, sin ninguna delicadeza en su fabricación, han perdido la gracia y vistosidad de antaño. Ya no existen los laboriosos creativos que construían cajones. No hay estrellas. No hay arañas. Son desdeñados los capuchinos. Las chichiguas de estos tiempos no tienen tamboras, son silenciosas, como si presintieran que sus vidas serán muy cortas, y que acaso harán un único y efímero vuelo.
La violencia que hoy se respira en la sociedad, se traslada a los cielos. Las sublimes chichiguas, otrora para la alegría y esparcimiento infantil, ahora están armadas y peligrosas. Ha desaparecido la candidez de tiempos pasados. ¿Será la irrupción de los adultos, en este divertimiento infantil lo que lo ha desprovisto del candor a este espacio para compartir de otros tiempos, convertidas hoy en nuevas formas de ejercer violencia? ¿O será peor que esto? ¿Será que nuestros niños y jóvenes en estos combates aéreos con sus frágiles mariposas gigantes, están poniendo en práctica la violencia aprendida de las personas adultas? No lo sé. Solo sé que no me gusta el nuevo vuelo de la chichigua.
Juan Raddamés de la Rosa Hidalgo. Psicólogo. Director Casa Abierta. Abril. 2020
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