Bruselas / Varsovia / Tallin — Una serie de incidentes recientes en Europa —drones sobre Polonia, vuelos de cazas MiG en espacio aéreo estonio, daños a cables submarinos en el Báltico, ciberataques a aeropuertos, explosiones y atentados selectivos, además de campañas masivas de desinformación en redes— configuran, según analistas y autoridades, una campaña de zona gris orientada a desestabilizar a los países de la OTAN sin provocar un enfrentamiento abierto.
Especialistas en seguridad señalan que este patrón no responde a hechos aislados, sino a una estrategia deliberada: acciones calibradas, negables y de bajo costo que persiguen tres objetivos centrales. Primero, fracturar la unidad de la alianza atlántica sembrando dudas sobre el compromiso mutuo y debilitando la disuasión colectiva. Segundo, aumentar el coste político y social para los países que apoyan a Ucrania, forzando a algunos gobiernos a reconsiderar su respaldo. Tercero, erosionar la confianza en las democracias liberales, favoreciendo narrativas que benefician a populismos y fuerzas afines a Moscú.
La campaña, añaden expertos, explota espacios grises entre la guerra y la paz: sabotajes en infraestructuras críticas, operaciones cibernéticas, uso de drones y redes de propaganda automatizada que interfieren en procesos electorales y en la opinión pública. Aunque los daños individuales suelen ser limitados, su acumulación genera desgaste político, económico y operativo.
Frente a esta amenaza, las recomendaciones de la comunidad de seguridad y los gobiernos europeos incluyen medidas concretas:
· Atribución pública y rápida de incidentes, con pruebas transparentes que reduzcan la eficacia de las negaciones.
· Refuerzo de la resiliencia civil y técnica: planes de contingencia, repuestos para infraestructuras, capacidades de reparación rápida y duplicidad en comunicaciones esenciales.
· Fortalecimiento de la defensa antidrone y de los sistemas de detección en el Báltico y otras zonas sensibles.
· Sanciones dirigidas contra proveedores y empresas pantalla implicadas en sabotajes, junto a contramedidas cibernéticas proporcionadas.
· Cooperación reforzada entre aliados para garantizar que la respuesta política y militar mantenga la credibilidad de la disuasión colectiva.
La situación plantea un desafío estratégico: ¿cómo responder con firmeza sin escalar a un conflicto abierto? Analistas coinciden en que la pasividad permitiría la expansión de esta táctica; pero la implicación militar directa también conlleva riesgos. En ese equilibrio se mueven hoy las capitales europeas y Washington, mientras la ciudadanía mira con creciente inquietud cómo sucesos aparentemente desconectados forman parte de una campaña más amplia de presión y desestabilización.
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